Iñigo Carrera, J. (2008b). La unidad mundial de la acumulación de capital en su forma nacional históricamente dominante en América Latina. Crítica de las teorías del desarrollo, de la dependencia y del imperialismo. Presentado en el IV Coloquio Internacional de la Sociedad Latinoamericana de Economía Política y Pensamiento Crítico, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires.

RESUMEN

El auge de la llamada nueva división internacional del trabajo parecía haber sumido en la irrelevancia histórica a los procesos nacionales de acumulación de capital caracterizados por la producción de mercancías primarias con destino al mercado mundial (hoy, incluyendo su procesamiento primario, en particular cuando éste resulta fuertemente contaminante) y un mayor o menor grado de producción industrial para el mercado interno o, a lo sumo, para mercados regionales recortados por economías nacionales similares. El alza actual de los precios de las materias primas ha hecho resurgir estos procesos nacionales de acumulación de capital, renovando el debate acerca de su papel en el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad y en la superación misma del modo de producción capitalista. Esta forma nacional, históricamente característica de los países de América Latina, ha sido objeto clásico de las teorías del desarrollo, de la dependencia (y en particular, las basadas en el intercambio desigual) y del imperialismo. Por muy diferentes que son en cuanto a su contenido y las acciones políticas que de ellas se derivan, estas teorías tienen un punto de partida en común. Consideran que los ámbitos nacionales constituyen la unidad primaria de la acumulación de capital, derivándose la unidad mundial de la interacción entre procesos nacionales cada uno de los cuales encerraría, en esencia, el mismo carácter general. De donde se sigue que, si unos no logran desarrollar la plenitud de ese carácter, tal circunstancia responde a limitaciones internas o rasgos particulares del propio proceso nacional, o a las limitaciones que otros le imponen desde su exterior. Se ha llegado así hasta el planteo de la inexistencia de leyes generales de la acumulación de capital, quedando condenado todo conocimiento a circunscribirse a la singularidad de éste o aquél proceso nacional. Muy otro es el curso cuando se parte de considerar la unidad mundial de la acumulación de capital para avanzar desplegando la necesidad con que ésta engendra procesos nacionales de muy distinto carácter. O lo que es lo mismo, cuando se parte del reconocimiento de las leyes generales de la acumulación de capital para descubrir cómo ésta toma necesariamente formas concretas nacionales que presentan la apariencia de ser la negación misma de esas leyes generales. Es bien sabido que la forma clásica de la división internacional del trabajo se recorta centralmente por la provisión de materias primas para los países donde se concentra la acumulación del capital industrial desde otros países en donde las condiciones naturales permiten una mayor productividad del trabajo en la producción y extracción de dichas materias primas. Pero lo que ha pasado comúnmente desapercibido es que, en consecuencia, hacia estos segundos países fluye una masa de renta diferencial y de simple monopolio absoluto sobre la tierra (esta última, en cuanto el precio comercial excede el valor de la mercancía, pero también por el efecto multiplicador de la productividad diferencial respecto del monopolio absoluto). Esta masa no tiene su fuente en la plusvalía arrancada directamente a los obreros de la producción primaria, sino en la generada por los obreros de los países importadores a donde las mercancías primarias llegan al consumo individual. De modo que dicha plusvalía no sólo escapa a la apropiación de los capitalistas individuales de estos países, sino a su proceso nacional de acumulación de capital mismo. Parecería entonces que las leyes generales de la acumulación de capital determinan a los terratenientes de los países exportadores de materias primas como beneficiarios necesarios del flujo de plusvalía en cuestión, en detrimento de los capitales industriales que marchan a la cabeza del proceso de acumulación en su unidad mundial. Pero esas mismas leyes generales muestran que el capital pone en marcha la producción social, no teniendo por objeto inmediato el consumo parasitario de sujeto social alguno, sino la multiplicación misma del capital. Dicho de otro modo, el capital es el sujeto concreto de la vida social en el modo de producción capitalista. Al mismo tiempo, los procesos nacionales de acumulación no son sino una forma concreta desarrollada de la realización privada del trabajo social y, como tales, en su unidad como proceso conjunto de los capitales de un fragmento nacional de la sociedad, ellos mismos son sujetos en la competencia por la apropiación de la plusvalía a través de su representante político y militar general, o sea, de su estado nacional. Al acompañar el desarrollo de estas determinaciones se pone en evidencia que la constitución misma de los países caracterizados por la exportación de las materias primas portadoras de la renta como ámbitos nacionales de acumulación políticamente independientes, así como la constitución misma de sus clases terratenientes, se encuentran determinadas por la potencia del capital industrial de los países en que éste se concentra para recuperar para sí, indirectamente en tanto integrante de un proceso nacional de acumulación o directamente en tanto capitales industriales individuales, la plusvalía que se les escapa como renta de la tierra. En el desarrollo histórico, esta recuperación ha presentado dos modos generales, ambos en asociación con los terratenientes de los países donde se apropia la renta, que la comparten como condición para su propia gestación y reproducción como tales. El primer modo de retorno de la plusvalía en cuestión se ha realizado por medio del endeudamiento, y posterior pago íntegro, por parte del estado nacional del país hacia donde fluye la renta con capitales prestados a interés desde el país originario de la misma, a tasas marcadamente por encima de las normales. A ésta modalidad se le agrega la recuperación directa de otra porción de la renta a favor de los capitales industriales y comerciales provenientes de los países de origen de la misma y que se radican en el país donde se realiza la producción primaria para operar en la circulación de ésta hacia el mercado mundial. El segundo modo, que adquiere vigencia general a partir de la crisis de 1930, consiste en que los capitales a los que escapa la renta de la tierra en cuestión la recuperan mediante la colocación de porciones suyas en los países destinatarios. Pero no lo hacen para producir desde estos países con la escala normal necesaria para competir en el mercado mundial, sino para operar en ellos en la pequeña escala que corresponde a sus mercados internos. Luego, estos capitales compensan el efecto negativo que tiene su escala restringida sobre la generación directa de plusvalía por sus obreros, mediante la apropiación de la renta de la tierra en cuestión a través de políticas estatales. A esta base de valorización suman, a) la reutilización de la maquinaria y técnicas productivas que han quedado obsoletas en sus países de origen por el desarrollo de la escala necesaria para competir en el mercado mundial, b) las ganancias que fluyen hacia los capitales en cuestión desde los pequeños capitales locales vía la relación con los mismos en la circulación sobre la base de la determinación de la capacidad concreta de acumulación de éstos, c) la evasión y elusión impositiva y, por sobre todo, d) la compra de la fuerza de trabajo local por debajo de su valor. Esta última fuente se torna esencial en la medida en que la renta de la tierra no alcanza para cubrir la creciente brecha de productividad del trabajo industrial respecto de la que rige en el mercado mundial. En la medida en que se los permiten estas bases, los capitales industriales se acumulan a tasas de ganancia normales, cuando no extraordinarias, liberados de su papel histórico como portadores del desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social hasta alcanzar su propia aniquilación en una forma social superior. Más aún, bajo la apariencia de ser genuinas formas nacionales de dicho desarrollo, los procesos nacionales de acumulación en cuestión actúan como un factor que lo contrarresta en su unidad mundial. Con lo cual el capital priva a los correspondientes fragmentos nacionales de la clase obrera del ejercicio de la determinación histórica que les es genéricamente propia de ser el sujeto activo del desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social enajenado en el capital y, por lo tanto, de ser el sujeto portador de la necesidad de revolucionar este modo de producción, superándolo en su propio desarrollo. Sin embargo, el modo de producción capitalista mismo pone en manos de la clase obrera de los países en cuestión una posibilidad específica para revertir su determinación actual. Se trata de que ellas tomen conscientemente en sus manos el ejercicio de las potencias que genéricamente les corresponden como personificación del desarrollo de las fuerzas productivas materiales de la sociedad. Pero no se trata de una potencia abstracta, ni mucho menos una que brota de su sola conciencia. Por el contrario, ella brota de la determinación de la conciencia de la clase obrera como atributo enajenado en el capital. Porque se trata de oponerle a la fuerza que tiene la acumulación del capital en base a liberarse del desarrollo de su papel histórico, la fuerza que tiene cuando sí cumple con ese papel. Más aún, cuando esta acumulación portadora del desarrollo de las fuerzas productivas sociales puede alimentarse de una fuente de plusvalía extraordinaria de la magnitud de la renta de la tierra. La transformación de la renta de la tierra en un capital capaz de participar activamente en el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad actuando como productivo desde estos ámbitos nacionales sólo puede realizarse mediante la concentración del mismo en la escala requerida para competir en el mercado mundial. Esta concentración presupone la abolición de la clase capitalista misma, y obviamente la de la terrateniente, dentro de esos ámbitos nacionales. O, lo que es lo mismo, sólo puede realizarse bajo la forma política concreta de una revolución social que transforme a la clase obrera de cuyo plustrabajo se va a nutrir el capital concentrado, en propietaria colectiva de éste bajo la forma jurídica de capital estatal. Sin embargo, la propia magnitud de la renta y las condiciones actuales de la competencia internacional, ponen en cuestión que esta centralización pueda tener lugar al interior de cada uno de los procesos nacionales caracterizados por la modalidad de acumulación que se apunta a superar. Por eso, esta acción política de la clase obrera no puede recortarse sobre la base de cada uno de dichos procesos nacionales. Sólo puede ser una que, poniéndose nuevamente a la vanguardia en el proceso de superación de la fragmentación nacional de la acumulación mundial de capital, por su mismo contenido porte la unificación de los ámbitos nacionales recortados por la especificidad en cuestión.

 PALABRAS CLAVE: América Latina; Dependencia; Desarrollo; Imperialismo; Modo de producción capitalista

DESCARGAR PDF

Dejá un comentario